La señora y la calle

 


 Todas las mañanas, con sus bolsas llenas de carencias, entra al local de los arcos dorados a desayunar.

Un café con leche y dos medialunas. Saca la plata de a rollitos como cigarro de sus ropas de siempre, de hace mil vidas y se sienta en la segunda mesa de la pared. 

Tiene el pelo blanco con  mechones de olvido. Hace años que no recuerda que es reír, ni sufrir. A veces, dormita apoyada en lo que queda de ella. 

Cuando termina de comer limpia con una servilleta de papel el vaso de cartón amarillo, minuciosamente, y lo tira en una de sus bolsas.

Luego, se queda un tiempo hasta que la nada se vuelve insoportable. Entonces, recoge sus bolsas y sale a la calle a vagar. 

Allí,  sus manos cansadas aprietan el dolor de la limosna. Los pies acostumbrados, a cualquier número, arrastran años de ausencia.

No conozco su voz, pide sin decir. Ella es palabra,  basta con eso.

La tarde la encuentra en su camino de vuelta. Los arcos esperan ansiosos esas monedas que el payaso Ronald transformará en conito para alegría de nadie. Después del postre buscará un refugio para la noche. 

Si hay mañana habrá café con leche, y dejará de mendigar por un minuto, y sin saber decir, se hará el milagro del desayuno en la bandeja, y ella será clienta. Hasta tendrá derecho a exigir...pero no lo hará, como siempre.

Volverá a quedarse dormida...

                EDUARDO TORRE 


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