Me perdí




Un día me perdí en mi barrio. ¿Pueden creerlo? Tenía 22 años y todos vividos en Barracas pero esa noche, en realidad, me perdí.
Hacía calor y era noviembre. Nunca me pude olvidar del horror y la desesperación que sentí. Habrá sido una hora, no más, pero el corazón se me salía por la boca. 
Corrí por siete calles sin registrar nada de lo que ocurría a mi alrededor. Tenía sueño pero sabía que tardaría en recostarme casi un siglo. 
Subí dos pisos por una escalera y una mujer me dijo algo que no pude entender.
¿Cómo había llegado a esta puerta?
 Me sentía sobresaltado, agitado y no podía ver con nitidez. La luz no era la misma. Estaba amarilla, pesada como si generará un brillo opaco solo sobre mí. 
¿Por qué llegué a esta casa a las cuatro de la mañana?
¿Cómo supe que tenía que avanzar hasta el fondo de la casa y entrar en esa habitación?
No se podía respirar allí. Envolví mi alma entre sábanas y frazadas y ayudado por un par de ángeles rodé dos pisos hasta la calle. 
Otra vez, la noche negra y yo; la soledad del cordón bajo mi pies desnudos. Una sirena sin mar rebotando torpemente por los adoquines de mi barrio que dormía como nunca lo había visto dormir, se alejó bajo el puente del ferrocarril. 
No había aire . El corazón cabalgaba desbocado y cada paso rebotaba en mi cabeza como un ejército de elefantes.
Creo que me subí a un auto y me fuí a un lugar al que jamás iba. Algo me arrastraba hasta allí. No debía ser voluntario porque sentía la necesidad imperiosa de llegar pero a la vez, rechazaba esa idea. 
Sabía que iba abrir una puerta, y después otra, y posiblemente, subiría una escalera o dos o habría un ascensor, y que una especie de tribu a la que yo, sin duda, pertenecía se apretaría en forma de nido de gorrión esperando que pase el temporal.
Fue allí que un rayo partió mi cerebro en dos.
Alguien ajeno al clan empujó una puerta vaivén y através del ojo de la ventana supe que mi alma estaba destrozada. 
Un tipo de blanco que conocí esa misma noche en que no supe hacer otra cosa que perderme, nos miró y entre comparaciones y metáforas de dudoso nivel académico certificó que mi abuelo había dejado de ser.
No sé los años que tardé en volver.
                  EDUARDO TORRE 



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