Calle de la crueldad

 En mi barrio, allá por los cincuenta , una vez al año, los vecinos solían caer en una especie de laberinto.

Era una calle  llena de luces que encandilaban

No había forma de evitarla. Tampoco se podía identificar su ubicación. Algunos afirmaban  que se trataba de una cortada detrás de la Basílica del Sagrado Corazón que no figuraba en ningún mapa porque había sido construida por los curas a fines del siglo XIX por si se venía la noche y tenían que rajar hacia el río para salvar el pellejo.

Luego de ciertas investigaciones llevadas a cabo por la fuerzas vivas del barrio, esa teoría fue desestimada. 

El problema se agravaba con los testimonios de las víctimas. Todos recordaban haber entrado en el famoso laberinto tras girar en distintas esquinas.

Algunos la situaban al doblar Montes de Oca y Brandsen ; otros Patricios y Arzobispo Espinosa;  o Vieytes y Olavarria. 

Después, siguieron llegando testimonios con los puntos más variados de toda  la comuna cuatro pero las autoridades dejaron de tomar registro porque no ayudaba demasiado a resolver el enigma. 

El caso fue tomando estado público a nivel nacional y un grupo de senadores decidió presentar un proyecto de ley para aislar a toda la población lindera al riachuelo en cuarentena. Afirmaban que esas alucinaciones colectivas podrían ser producto de algun virus emanado de las aguas contaminadas y temían que ese estado de demencia se generalizara a nivel país.

Los vecinos estaban indignados.

 Lo extraño del caso es que si bien todos los que habían caído referían distintos lugares de ubicación de la cortada, por otra parte, coincidían absolutamente en lo que habían visto.

A partir del relato colectivo se decidió bautizar al sitio como "La calle de la crueldad".

El loco Roberto, uno de los primeros en testimoniar , contó cosas terribles. Repetía a todos los parroquianos del bar "Chelibo":"Era un infierno. Vi chicos caminar como zombies. Descalzos y llenos de mugre revolvían la basura para comer".

Ricardo, también víctima de la trampa, ponía el foco en otras cosas también horrorosas:"Los cines y los teatros se habían convertido en templos de extrañas religiones; la gente caminaba por las veredas mirando una especie de mini televisor y había pibes con secadores y trapos limpiando vidrios de autos importados en cada esquina."

Norita, en shock, no dejaba de repetir: "Cuanta maldad, cuanta crueldad!!"

Los pibes que habían caído en pleno partido de fútbol o carrera de bicicletas comentaban: "El lugar era raro. No había chicos para jugar. Los únicos  que vimos estaban pidiendo por las mesas de extraños lugares que eran todos iguales pero tenían distintos nombres".

El viejo Pepe no lo podía creer. "Ni clubes, ni mercados, ni asociaciones vecinales. Nada. Todo estaba lleno de basura y sinrazón. Las plazas estaban enjauladas y no había migas para las palomas".

Pocho hablaba del hambre: "Vi gente comprar una manzana y dos papas y pagaban con una especie de teléfono sin cable. Los precios del queso se exhibia por cien gramos y todo venía cerrado al vacío.  No había ni olor a comida en las tiendas. Muy triste. Les juro que daba pena."

Juan no hablaba. Tomaba su eterno vaso de vino y en voz muy baja y  decía con terror: "y si vuelvo a caer y no puedo salir? No puede ser real! No puede ser que no haya una sola chimenea. No puede ser posible!!

Pobre Juan! Esa misma noche murió de un infarto en el hospital Rawson. Recuerdo la fecha como si fuera hoy, 16 de septiembre de 1955.

           Eduardo Torre 


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