El papá del Lole


Era un taller mecánico gigante. A lo mejor, no tan grande porque, en realidad, los ojos de la infancia suelen amplificar por demás. 

El dueño se llamaba Pasquini y su ayudante, Alfonso.  No puedo recordar la fisionomia del tano. Sin embargo, me es muy fácil traer al presente al Gordo. La pilcha del yerta siempre engrasada; un mate de loza cerca y una pava, a punto caramelo,  gracias al viejo calentador.

No sé porqué pero yo lo veía igual a Javier Portales. Posiblemente,  antes de saber que ese tipo que aparecía en la tele todo el tiempo tenía ese nombre.

Mi viejo llevaba su Estanciera a reparar allí y como todavía yo no había empezado el jardín de Infantes, me pasaba las mañanas con él abordo de la nave espacial marca IKA que era, sin duda, el gran amor de mi  infancia.

Odiaba las siestas, entonces, después del almuerzo, me subía a mi propio medio de locomoción y me dedicaba a destrozarlo a puro golpe. Un karting azul  a pedal, al que hacía volar por todo escalón que fuera posible.

Cada tanto se partía por los impactos y Alfredo, lo agarraba de la cola y lo cargaba hasta el taller de los hombres sabios de jardineros engrasados. 

Una tardecita,  mientras en casa todos dormían,  sufrí este pequeño percance una vez más. El horario era complicado. Si llegaba a despertar a mis viejos a las 14:30 hs para pedirles una mano era niño al horno. Eso me puso en una encrucijada: Respetar el mandato paterno de no salir a la calle sin avisar o hacerme el gil y rajar para que Alfonso me solucione el embole de la tarde y luego, disimular las migas bajo la alfombra?

Claramente, opté por la última opción. Agarré del rabo como pude al aparato, doblé por Alvarado hasta Feijóo  y con cara de todo está bajo control, soy un niño en pleno uso de sus facultades mentales, lo miré a Pasquini y le dije: "Hola. Está Alfonso? Me mandá mi papá para que me suelde el karting..."

-"Viniste sólo,  Efuardito?" 

-"Si, yo sé venir sólo.  Si vivo acá a la vuelta ".

-" Andá,  está abajo de ese Torino rojo. 

Encaré entre los Rambler y los Dodge, y ahí lo ví a mi Gastón Perkins...

-"Alfonsoooo, me lo arreglas?"

-"Otra vez lo rompiste??!! Es para andar, no para tirarlo del techo, nene"

-"Dale, que me está esperando mi viejo!"

En cinco minutos la cosa estaba solucionada. Saludé y me fui a las corridas para tratar de evitar males mayores.

A los diez minutos, al grito de: "el Lole, el Lole!!"

había recuperado la punta. Cosa de hijo único,  salir primero era una papa.

"Total normalidad" diría el diario que más se vende, y la cosa parecía haber sido archivada con éxito. A dormir en paz, a puro amor filial.

Al otro día,  me despierto, salgo al patio y me encuentro a Cacho  con cara de "será justicia".  Pensé: soy boleta. Dicho y hecho. Alguien vendió al niño. 

Me miró, el tipo, y sentenció: "La próxima vez que salgas a la calle, sin avisar, ni pedir permiso. te  quedás sin karting, estamos?

-'Tá bien" contesté sabiendo que la derrota era un hecho consumado.

Ese mismo fin de semana corría Reutemann el gran premio de F1 en Bunos Ares y el país se había paralizado. Todo el mundo esperaba  ansioso un triunfo argentino en la categoría más importante del mundo 

Todo venía de primera. Faltaba muy poco  para terminar la carrera y el crédito local iba puntero. Nada hacía presagiar un desenlace negativo. Sin embargo a metros de la llegada el auto se detuvo. 

Nadie podía entender lo que estaba viendo. Mi viejo frente al televisor exclamó: "No se puede creer!! Como se va a quedar ahí???!!!!"

Entonces, con mis pocos años al hombro, saqué mi filosa conclusión: "Seguro que el papá no lo deja ir solo al taller, pobre."





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