Sportivo Barracas



Si naciste entre el 45 y el 80, viviste en Barracas al fondo y sabes nadar, seguro te enseñó Racchi

Él daba clases en la pileta del Sportivo  en su sede de la calle Iriarte. La colonia funcionaba de mañana de 8 a 12 y de tarde de 14 a 18 hs. 

Te asociabas y te daban el carnet que era como un librito. Te llevabas un bolso con las pilchas de baño y las ojotas,  ibas para el vestuario y un hombre mayor con todas las arrugas posibles y un 43/70 entre los labios siempre, te recibía el bolso. Vos le dabas una moneda dorado de 100,  otra de 50 y el te entregaba una chapita con un número.

El metal debías atarlo al short de baño y,  una vez finalizada la jornada, se la devolvías y él te pasaba  el bolso para poder cambiarte y rajar para tu casa.

En el vestuario, el Chapita, tenía una foto en blanco y negro de un tipo peinado a la gomina con la camiseta del Sportivo. Con el tiempo relacioné esa fotografía con el nombre de un delantero  maravilloso: Carlos Peuccelle, vieja gloria del club. Otros notables fueron : Mario Evaristo, los hermanos Cherro y el Gran Enrique Ricardo Bochini.

En la pileta, primero se practicaba patada junto al borde . Un grupo hacia croll y el otro, pecho. 

Después, el que se animaba hacía un ancho. Una vez terminada la rutina, el profe mandaba un chiflido y arrancaba pileta libre. Ese era el momento en que todos rajábamos a lo hondo y el bañero se agarraba la cabeza.

Racchi se cruzaba de brazos y se mataba de risa. Era flaco, alto y tenía cara de abuelo compinche. Ese que te dejaba tomar café y te llevaba a la cancha aunque tu viejo no te dejara ir. 

De vez en cuando pegaba algún grito tipo:"No corran al lado de la piletaaaa!! Nos saludaba con un apretón de manos cuando nos íbamos y nos trataba de usted. 

A la salida parábamos en el buffet y nos llenabamos los bolsillos con mielsitas y bazookas jirafa. Allí, en las viejas mesas  de madera jugaban al truco unos veteranos rodeados de una nube de tabaco y unos cuantos vasos de vino. Dentro de esa barra estaban el Beto Menéndez y Nito Veiga (dos glorias del fútbol argentino).

Saliendo a la calle, las vitrinas confirmaban los que todos nosotros ya sabíamos.  Claramente,  llegábamos tarde a la fiesta. El mueble desbordaba de trofeos percudidos por el tiempo. Una foto de Zabala con la camiseta histórica del club ganando la medalla dorada olímpica en maratón coronaban la historia.

El club era una sombra de lo que había sabido ser pero andaban deambulando las historias, los recuerdos y los sueños por todos los pasillos. 

Después, en los noventa, la realidad se encargó de finiquitar hasta los sueños.  Racchi se jubiló y y el menemismo se encargó de arruinarlo económicamente. Le sacaron todo hasta el club

El cartel decía que Tinelli planeaba llevarse el fútbol para sus pagos y pasó a llamarse Barracas Bolívar. Todo fue peor porque uno puede estar en la ruina pero seguir siendo. La cosa fue que además de arruinados, nos quedamos sin historia y sin identidad. 

Fue mucho para el profe. Se fue una noche bien oscura, en un tiempo de sombras. Hoy si pasas por la sede vas a ver que la pileta y el club pertenecen a una cadena que te cobra con tarjeta, un año por adelantado. 

La historia se morirá con nosotros, los que sólo pudimos enamorarnos de los despojos de la gloria, los que vimos el bronce percudido y a los grandes jugadores rodeados de humo y vino sentados en el bar.

Todo eso vale mucho más que un presente sin alma y ya no se si estoy hablando de un club, de un barrio o de un país.

           Eduardo Torre







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