LA FIESTA

 


Cruzábamos a pie el puente viejo. Volvíamos de caminar por las calles del frigorífico "La Negra", abandonado luego de una de las tantas crisis que nos habían atravesado en  la década del 70/80.

Nuestra adolescencia, típica de barrio fabril, se caracterizaba por hurgar en los restos de viejas barracas y galpones olvidados buscando entender el concepto de futuro alineado con el misterio del progreso. Sin duda, esto era muy difícil de lograr.

Todo había sido cubierto por un gris de ausencia insoportable.

 Viejas fotos blanco y negro; increíbles vitrinas con trofeos gigantes en clubes sin gente,  nos mostraban que la fiesta ya había terminado cuando nosotros llegamos.

En lo que había sido el mercado de pescado nos metíamos a jugar a la escondida hasta que las lauchas nos echaban a la calle a puro grito pelado.

De ahí, nos rajábamos para el Terremoto a patear en la cancha de baldosa del fondo. 

El bufett lucía entradas clavadas en madera donde se  anunciaba que un  sábado de febrero del 48 tocaría la orquesta de Pugliese. Otra, con una de Troilo y "sus selectos cantores"auguraba una verdadera fiesta para un viernes de marzo del 49.

En un rincón, el  flipper se moría de aburrimiento y, de vez en cuando, sonaba una  música extraña tratando de  llamar la atención a la nada misma...

No podíamos imaginarnos que ese mostrador viejo sobre una heladera ciega había sido el eje de una noche mágica a puro baile.

Así, se iba perdiendo la historia . La chiquita, la que nos pertenecía como barrio. El tiempo hizo que Medias París pasara a ser "el baldío de mitad de cuadra"; Alpargatas, la mole vacía de Patricios y Tres esquinas, nada. Simplemente,  nada.

Tras el cierre de todo, el éxodo.

 Los obreros desaparecieron en su gran mayoría. Los jóvenes esperábamos el fin de semana para subir al 70 y rajar en busca de otro cielo o aunque sea un poco de luz. El barrio ya no era opción, ni de fiesta, ni de alegría. 

Los viejos bajaron la persiana y se fueron muriendo de pena , paranoia y soledad.

La memoria escondida en un rincón sombrío de la calle Vieytes sigue repitiendo, sin cesar, cada nombre, cada fábrica,  cada orquesta y una por una, todas las fiestas . 

A veces, cuando se cansa, se calla y se duerme cantando la marchita.....

               Eduardo Torre 



Comentarios

Entradas populares