A Ricardo Talento


 


Cuando muere el payaso, el circo se junta a cantar. Está obligado a hacerlo por los que vienen llegando, por los pibes que sueñan con una nariz roja y redonda.

Y lo hace con dolor, con una profunda emoción a flor de piel. Se mueve al ritmo de la percusión y se saca la muerte de encima. Lo hace llorando por dentro pero sabiendo que el mundo mira y espera de ellos el milagro de la risa, aún en el más hondo dolor.

El repique languidece y el bombo bronca como un corazón que se niega a dejar de latir. Entonces, la palabra, la glosa, la luz, se pone de pie entre los que sufren y sale a bendecir la vida a campo travieso.

No hay tiempo para llorar, sobran las flores y faltan los sueños. No puede pararse el mundo, ni un solo segundo porque hay que cambiarlo y detener el tiempo significa que la tarea se demora. 

Ayer se murió el payaso más extraordinario que yo haya conocido. Puedo decir de él que fue dramaturgo, director teatral, actor; puedo hablar de su militancia, del exilio y de su lucha y su amor por los teatros comunitarios. También, de todo lo maravilloso que edificó a lo largo de su vida profesional; de la gran familia que construyó en un período signado por rejas y aislamiento. 

El siglo del individualismo servil fue su enemigo y el le pinto una lágrima, le puso la mejor nariz y lo ridiculizó ante los ojos del barrio.

Ayer se murió Ricardo Talento. Se fue el amateur de la ternura, sólo, para quedarse para toda la eternidad en el corazón de los que fuimos bendecidos con su luz.

Cuando muere el payaso, el circo se junta a cantar hasta que pasa un pibe con una bicicleta por la puerta y alguien le grite de adentro: "Nene!!! No querés actuar con nosotros!!" Es allí, en ese instante, en el que el diablo sabe que volvió a perder.

Ayer se murió Ricardo y mi barrio se llenó de pibes con bicicletas...


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