A Zuhair Jury
Yo quise escribir historias simples, bien descriptas.
De esas en que se ve a las claras el dolor del hombre.
Me senté mil veces junto a todas las ventanas de cada bar que pisé y vi la lluvia caer en los cristales. También, miré el piso para observar el agua correr contra el cordón y percibí la luz de la calle lustrando adoquines y cemento.
Garabatos sobre amores imposibles, dolores profundos, ausencias eternas se apilaban en hojas arrugadas contra el ángulo que formaba la tabla de la mesa y el estribo de la ventana en cuestión.
Pensé en el niño solo frente a su padre vencido y el esfuerzo sobrehumano del pibe pata intentar vestirse y que su viejo lo viera listo para salir a la vida.
Vi sus lágrimas de alcohol y quise escribir la historia de los pobres del mundo, de los pobres de todo, de los nadie.
Quise condensar la monstruosidad, en amor, en belleza. Saltar las leyendas y ponerle color, música y porque no, fantasía.
Soñaba un final con sol y una muerte cobarde por la espalda y así, agigantar la memoria de los rebeldes y empequeñecer hasta el ridículo a todo aparato represivo estatal.
Quise soñar, soñar, soñar aunque todo estuviera prohibido. Ponerle ruleros al macho y hacerlo llorar de amor por su madre y que el mundo sintiera que se habia equivocado una vez más.
Desde el estribo del colectivo, ver al hombre morir de abandono. Hacerlo pasar por su infancia, su gloria, su adicción y con todo y para todos solidificar el mito y que su figura se alce sobre todo un país (o debo decir pueblo?) para toda la eternidad.
En las sombras de un tiempo absurdo como, el actual, gritar por el cacique y su gente. Pedir agua, señores, agua para no morir. Finalmente, lo vi desvanecerse en las escaleras del congreso sin que nadie oyera su reclamo.
Vi a un director de cine , el más grande de la historia, con un pañuelo cubriendo su cabeza poniendo la cámara en cada oración que mi mano intentaba poner en el papel.
Llamé al mozo, pagué mi café, cerré mi cuaderno y me fuí al bar a cantar "Cascabelito" vestido con un traje blanco inmaculado.
Tomé el 70 y encaré para Los Laureles. Mientras recorría las calles del sur, me reía sólo. Me sentía feliz de no haber podido escribir una sola palabra. La memoria estaba a salvo para siempre. No era necesario más que saber escuchar.
Ya había pasado por mi país, Zuhair Jury y nos había absuelto a todos de culpa y cargo...Bueno, no a todos. Gracias a Dios.
EDUARDO TORRE
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