DON LUIS

 Don Luis sabía que se moría. 

El médico le contó que se iba a ir olvidando de todo. 

De adelante para atrás, se iría perdiendo en lagunas enormes hasta volverse un océano de olvido.

Había entendido que su historia  diluida en  tristezas partiría goteando por la alcantarilla;  y, entonces, se propuso escribir todos los días, una diferente. 

Así fue que un martes,  me contó  sobre su acalorado romance con Liz Taylor. Al día siguiente, me describió como habían sido sus terribles días en la Legión Extranjera y supe de su sed y lo agobiante del inmenso desierto del Sáhara.

Junto a él fui recorriendo el mundo. Supe de Faraones y pirámides; del África profunda; de la helada estepa siberiana; de los azotes en la espalda esclava; del lejano oeste y su encuentro con Butch Cassidy.

Una noche, el diccionario se había encogido tanto que la historia chocaba entre balbuceos y puños apretados con la frustración del silencio.

"Vaya a dormir, Don Luis! Mañana me sigue contando...", le sugerí, tratando de calmar su pena.

-"Vos me conocés a mi?"me respondió asombrado.

-"A usted que le parece?" Contesté fraternalmente. 

-"Disculpame. Estoy medio perdido" dijo,  a punto de retirarse del living.

El sabía que no le quedaban historias, no había más harina para hacer pan. Ese día se entregó a su suerte y no habló más. 

Al otro día, no conocía,  no hablaba pero  se quedaba en silencio frente a un televisor Philco de 20 pulgadas que llenaba sus horas de nada.

A los 20 días, ya no se levantaba de la cama. 

Pero algo guardaba bajo su almohada.  Un papelito que todas las noches leía antes de dormir.

Lo hacía como una oración. Como si hubiera algo escrito allí que le confería la fuerza suficiente para despertar y seguir un día más en la batalla.

Una noche de julio llegó a la cama encontró ese papel y lo tiró al suelo. Sin siquiera echarle una mirada. Lo estrujó y lo revoleó bien lejos de su cama. 

No hubo mañana. Se quedó dormido para siempre.

Cuando lo encontraron al otro día estaba frío y profundamente amarillo. Vino el médico. Certificó la muerte y se dispuso todo para la despedida. 

Al entrar al cuarto encontré el papel en el piso y me dió curiosidad. 

Quise ver que leía Luis antes de dormir con tanta obstinación. Abrí la hoja con mucho cuidado porque estaba muy gastada y en el medio me tope con la llave mágica que lo sostuvo en este mundo pese a tanto olvido y tanto dolor.

Siete letras componían su plegaria: PICHUCO.

                      Eduardo Torre 


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