EL CIEGO DEL VIOLIN

Algunas relaciones personales están conectadas por un hilo mágico de música y poesía. No pasa siempre pero cuando ocurre ese sello misterioso dispara situaciones y sensaciones como un arco iris.

Mi amigo es unos cuantos años mayor que yo y perdió a su padre siendo muy joven. Homero, Cátulo y Piana se conjuraron una noche, hace cien años, para poner en el papel y en el aire, una foto carnet eterna que sirve entre otras tantas cosas para que yo pueda llegar a conocer a ese papá tan lejano y tan cercano a la vez que perdura entre crespones de humo al alcance de un Mi menor humilde y contundente.

Así, en el bar, canté para todo el que quisiera escuchar pero, especialmente, para mi compañero de "Pichuqueadas y afines" y para su viejo que nos acompaña en silencio desde el reloj quieto que duerme las 11:10 hs sobre el piano mudo de cada peña.

Miguel Barci con su viola y Julio Locatelli con el fueye fueron preparando el clima y yo solo tuve que cerrar los ojos para entender quizás mejor la ceguera y con la voz chiquita entrar por la puerta de todos los bares, de todos los tiempos y de todos los mundos para verlo llegar con su lazarillo y el violín.

Ahí estaba mi amigo entendiendo todo, con sus ojos vidriosos y, entonces, apareció el verso del Loco Carriego y el alma del viejo violín. Asomó la tristeza, la pena y la emoción y hasta un funeral a futuro de un tiempo que pasó.

 Y donde estarán ahora esos bardos jubilados que despedían al hombre con una canzonetta? Dónde está ese pibe de 10 años que tuvo que pelearle a la vida sin custodia? Quién tuvo la loca idea de marcar viejos naipes sucios para trampear tan feo?

Así, llenos de esplín llegamos al final del tango y con los puños gastados por la carpeta, le carteamos al mazo de la muerte un as de espada. Entonces, en el mismo momento que yo ruego el pedido final de Manzi y canto: "A ver, viejo ciego, tocá un tango lerdo. Muy lerdo y muy triste que quiero llorar..." En ese mismo instante, Luis Schinca y su inspiración determinan que el ciego del violín es este hombre  de tinta y vino que observa desde el fondo de la hoja. 

Fue allí cuando supimos que su canción, sin duda, será para siempre como decía el sabio poeta de menos de 20 años de edad. Tan eterna como el papá de Luis y la amistad que hemos sabido forjar pese a ciertos caprichos mezquinos de Dioses y Malandras.

                                      EDUARDO TORRE




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